Ley
13.010.
Hoy
23 de septiembre se cumplen 66 años de la promulgación de la Ley N° 13.010 del
voto femenino por el compañero General Perón.
Aquella
ley relevante para nuestra historia, sufrió los mismos ataques y desprecio de los
sectores reaccionarios y poderosos, que la ley del voto a los 16 años (opcional)
padeció hace poco tiempo, es un paralelo tangible y un simple ejercicio de la
memoria, que hoy debemos ejercer.
Compartimos
el discurso de aquel 23 de septiembre de 1947 de la compañera Evita, dado en
Plaza de Mayo.
JP
Evita Lomas de Zamora. Prensa.
Discurso
pronunciado el 23 de septiembre de 1947 en Plaza de Mayo con motivo de la
sanción de la ley que otorgó el derecho al voto a la mujer argentina.
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Mujeres de mi Patria:
Recibo
en este instante, de manos del Gobierno de la Nación, la ley que consagra
nuestros derechos cívicos. Y la recibo, ante vosotras, con la certeza de que
lo hago, en nombre y representación de todas las mujeres argentinas.
Sintiendo, jubilosamente, que me tiemblan las manos al contacto del laurel
que proclama la victoria.
Aquí
está, hermanas mías, resumida en la letra apretada de pocos artículos una
larga historia de lucha, tropiezos y esperanzas. ¡Por eso hay en ella
crispaciones de indignación, sombras de ocasos amenazadores, pero también,
alegre despertar de auroras triunfales!...Y esto último, que traduce la
victoria de la mujer sobre las incomprensiones, las negaciones y los
intereses creados de las castas repudiadas por nuestro despertar nacional,
sólo ha sido posible en el ambiente de justicia, de recuperación y de
saneamiento de la Patria, que estimula e inspira la obra de gobierno del
general Perón, líder del pueblo argentino.
Mis
queridas compañeras:
Hemos
llegado al objetivo que nos habíamos trazado, después de una lucha ardorosa.
Debimos afrontar la calumnia, la injuria, la infamia. Nuestros eternos
enemigos, los enemigos del pueblo y sus reivindicaciones, pusieron en juego
todos los resortes de la oligarquía para impedir el triunfo. Desde un sector
de la prensa al servicio de intereses antiargentinos, se ignoró a esta legión
de mujeres que me acompañan; desde un minúsculo sector del Parlamento, se
intentó postergar la sanción de esta ley. Esta maniobra fue vencida gracias a
la decidida y valiente actitud de nuestro diputado Eduardo Colom. Desde las
tribunas públicas, los hombres repudiados por el pueblo el 24 de febrero,
levantaron su voz de ventrílocuos, respondiendo a órdenes ajenas a los
intereses de la Patria. Pero nada podían hacer frente a la decisión, al
tesón, a la resolución firme de un pueblo, como el nuestro, que el 17 de
octubre, con el coronel Perón al frente, trazó su destino histórico.
Entonces, como en los albores de nuestra independencia política, la mujer
Argentina tenía que jugar su papel en la lucha. Hemos roto los viejos
prejuicios de la oligarquía en derrota. Hemos llegado repito, al objetivo que
nos habíamos trazado, que acariciamos amorosamente a lo largo de la jornada.
El camino ha sido largo y penoso. Pero para gloria de la mujer,
reivindicadora infatigable de sus derechos esenciales, los obstáculos
opuestos no la arredraron. Por el contrario, le sirvieron de estímulo y
acicate para proseguir la lucha. A medida que se multiplicaban esos
obstáculos, se acentuaba nuestro entusiasmo. Cuando más crecían, más y más se
agigantaba nuestra voluntad de vencer. Y ya al final, ante las puertas mismas
del triunfo, las triquiñuelas de una oposición falsamente progresista,
intentó el último golpe para dilatar la sanción de la ley.
La
maniobra contra el pueblo, contra la mujer, aumentó nuestra fe. Era y es la
fe puesta en Dios, en el porvenir de la Patria, en el general Perón y en
nuestros derechos. Así se arrancó la máscara a los falsos apóstoles, para
poner punto final a la comedia antidemocrática.
Pero...
¡bendita sea la lucha a que nos obligó la incomprensión y la mentira de los
enemigos de la Patria!... ¡Benditos sean los obstáculos con que quisieron
cerrarnos el camino, los dirigentes de esa falsa democracia de los
privilegios oligárquicos y la negación nacional! Factores negativos que
ignoran al pueblo, que desprecian al trabajo y trafican con él, incapacitados
para comprender sus reservas combativas. Esas mentiras, esos obstáculos, esa
incomprensión, retemplaron nuestros espíritus. Y hoy, victoriosas, surgimos
conscientes y emancipadas, fortalecidas y pletóricas de fe en nuestras
propias fuerzas. Hoy, sumamos nuestras voluntades cívicas a la voluntad
nacional de seguir las enseñanzas dignificadoras y recuperadoras de nuestro
líder, el general Perón. Marchamos con las vanguardias del pueblo que labrará
desde las urnas el porvenir de la Patria ansiando una Nación más grande, más
próspera, más feliz, más justiciera y más efectivamente argentina y de los
argentinos.
He
recorrido los viejos países de Europa, algunos devastados por la guerra.
Allí, en contacto directo con el pueblo, he aprendido una lección más en la
vida. La lección ejemplarizadora de la mujer abnegada y de trabajo, que lucha
junto al hombre por la recuperación y por la paz. Mujeres que suman el aporte
de su voluntad, de su capacidad y de su tesón. Mujeres que forjaron armas
para sus hermanos, que combatieron al lado de ellos, niveladas en el valor y
el heroísmo.
Mis queridas compañeras: ¡Inspirémonos en su ejemplo! Este triunfo nuestro encarna un deber, como lo es el alto deber hacia el pueblo y hacia la Patria. El sufragio, que nos da participación en el porvenir nacional, lanza sobre nuestros hombros una pesada responsabilidad. Es la responsabilidad de elegir.
Mejor
dicho, de saber elegir, para que nuestra cooperación empuje a la nacionalidad
hacia las altas etapas que le reserva el destino, barriendo en su marcha los
resabios de cuanto se oponga la felicidad del pueblo y al bienestar de la
Nación.
¡Con
nuestro triunfo hemos aceptado esta responsabilidad y no habremos de
renunciar a ella! La experiencia de estos últimos años, que puso frente a
frente la reprimida vocación nacional de justicia económica, política y
social, y los viejos caciques negatorios de los derechos populares, ha de
servirnos de ejemplo. En momentos de gravedad, los hombres argentinos
supieron elegir al líder de su destino e identificaron en el general Perón
todas sus ansias negadas, vilipendiadas y burladas por la oligarquía
sirviente de intereses foráneos. ¿Podremos acaso las mujeres argentinas hacer
otra cosa que no sea consolidar esa histórica conquista? ¡Yo digo que no! ¡Yo
proclamo que no! Y yo les juro que no, a todas las compañeras de mi Patria.
El voto
que hemos conquistado es una herramienta nueva en nuestras manos. Pero
nuestras manos no son nuevas en las luchas, en el trabajo y en el milagro
repetido de la creación.
¡Bordamos
los colores de la Patria sobre las banderas libertadoras de medio continente!
¡Afilamos las puntas de las lanzas heroicas que impusieron a los invasores la
soberanía nacional!
Fecundamos
la tierra con el sudor de nuestras frentes y dignificamos con nuestro trabajo
la fábrica y el taller. Y votaremos con la conciencia y la dignidad de
nuestra condición de mujeres, llegadas a la mayoría de edad cívica bajo el
gobierno recuperador de nuestro jefe y líder, el general Perón.
Tenemos,
hermanas mías, una alta misión que cumplir en los años que se avecinan.
Luchar por la paz. Pero la lucha por la paz es también una guerra. Una guerra
declarada y sin cuartel contra los privilegios de los parásitos que pretenden
volver a negociar nuestro patrimonio de argentinos. Una guerra sin cuartel
contra los que avergonzaron, en un pasado próximo, nuestra condición
nacional. Una guerra sin cuartel contra los que quieren volver a lanzar sobre
nuestro pueblo la injusticia y la sujeción. En esta batalla por el porvenir,
dentro de la dignidad y la justicia, la Patria nos señala un lugar que
llenaremos con honor. Con honor y con conciencia. Con dignidad y altivez. Con
nuestro derecho al trabajo y nuestro derecho cívico.
Somos
las mujeres, misioneras de paz. Los sacrificios y las luchas sólo han
logrado, hasta ahora, multiplicar nuestra fe.
Alcemos,
todas juntas, esa fe, e iluminemos con ella el sendero de nuestro destino. Es
un destino grande, apasionado y feliz. Tenemos para conquistarlo y merecerlo,
tres bases insobornables, inconmovibles: una ilimitada confianza en Dios y en
su infinita justicia; una Patria incomparable a quien amar con pasión y un
líder que el destino moldeó para enfrentar victoriosamente los problemas de
la época: el general Perón.
Con él
y con el voto, contribuiremos a la perfección de la democracia argentina.
Nada más.
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